Miró complacido los cadáveres amontonados en el suelo
y se agachó para comprobar que todas
estaban bien muertas.
Observó que algunas se resistían a morir
y sin miramientos las gaseó.
Al acabar su faena escuchó el murmullo de una de ellas.
"¡Sigue viva!" gritó el hombre
y sin escrúpulos cogió la pala
y la aplastó sobre la víctima que murió en el acto.
Satisfecho de su hazaña se incorporó,
pero justo cuando se disponía a deshacerse de los cadáveres,
entró su esposa al salón y le gritó:
"¡Pon mosquiteras en las ventanas
y deja ya de echar insecticida
que nos vamos a asfixiar con tu obsesión por matar moscas!
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