—Siéntese por favor, el señor
Andrés está muy ocupado hoy, pero le hará un hueco y lo atenderá
en cuanto le sea posible—.
El
caballero de sonrisa enigmática se acercó a ella como un felino,
sin saber por qué Alicia sintió miedo, pero a la vez la mirada
oscura y penetrante del desconocido la subyugó.
El hombre en
cuestión era bastante alto, vestía un traje negro impecable, no era
joven y presentaba el pelo un tanto largo y algunas canas esparcidas
en su cabello negro le daban un toque de glamour, aunque no era
guapo, pero emanaba de él un carisma extraño que hacía que a
Alicia le temblarán las piernas.
Nerviosa e intentando poner alguna
distancia entre ella y el desconocido, le ofreció algo de beber
para hacerle más amena la espera. Pero sin previo aviso el
individuo se acercó más a ella y le cogió la mano, ella abrió la
boca para protestar, pero la mirada profunda del hombre la hizo
callar. Hipnotizada, lo miró embobada mientras el hombre de negro
acariciaba su mano y lentamente separaba sus dedos como buscando algo
en ellos. Un escalofrió bajó por la espalda de la chica, su corazón
empezó a latir más fuerte y entornó los ojos. Alicia
estaba desconcertada, el misterioso hombre vestido de negro, la tenía
agarrada de la mano.
—Qué
me está pasando, yo soy una tía
lista, tengo que empujar a este tío—,
le
gritaba su voz interior, mientras
reconocía para sí misma,
que era muy zorra y que sólo
mantenía relaciones con
los tíos para sacar
provecho económico.
—Tengo
que apartarlo de mí—,
pero
sin saber por qué, era incapaz de rechazarlo.
El recién llegado le
agarró la barbilla y levantando su cara la obligó a mirarlo de
frente, ella con los ojos entornados se fijó en su sonrisa de
dientes blancos y perfectos, mientras él
acercaba sus labios
a su oído y con voz
melosa le murmuraba:
—Sé que te gustan los lujos, sé que harías cualquier cosa para ascender en la escala social, pero sabes que todo tiene un precio, verdad Alicia, tú lo sabes, todo se paga Alicia, pero eres tú la qué decides Alicia, eres tú—.
—Sé que te gustan los lujos, sé que harías cualquier cosa para ascender en la escala social, pero sabes que todo tiene un precio, verdad Alicia, tú lo sabes, todo se paga Alicia, pero eres tú la qué decides Alicia, eres tú—.
Alicia
abrió los ojos desorbitados, —¿Cómo
sabía ese tío
su nombre—?
De repente sintió los labios del desconocido succionando su pezón,
estaba desnuda de cintura
para arriba
—¿Cómo lo había hecho—?
Imagen Cristóbal López
Intentó apartar de sus
senos la cabeza del
hombre, pero no lo conseguía o
tal vez no lo deseaba, el caso es que le gustaba, sentía placer y
excitación al par. Y mientras aquellos labios mordían y chupaban
su pezón una y otra vez, se vio en una mansión rodeada de lujos,
estaba maravillada, se hallaba en un salón elegante, sentada en un
hermoso diván estilo vintage, —seguro
que es
carísimo—,
pensó ella, mientras pasaba
su mano por la tapicería del sofá con deleite al
par que admiraba
los cuadros de pintores famosos que adornaban las paredes de la
estancia. Un espejo
dorado, situado encima de una cómoda de madera rústica, le mostró
su aspecto, se
quedó sin
palabras, estaba
guapísima, su cabello rubio flotaba suelto
sobre sus hombros
desnudos,
un precioso vestido rojo
de alta firma entallaba su
cintura y el escote “palabra de honor” resaltaba su bonito
pecho.
Tocó extasiada la
gargantilla que colgaba de su cuello.
—¡Son
rubís,
no puedo creerlo,
es
mi
sueño hecho realidad—!
De repente un olor nauseabundo impregnó la habitación, molesta se
giró buscando de dónde provenía aquel tufo, un hombre alto y muy
gordo con el rostro lleno de acné, acababa de entrar en la sala,
llevaba en la mano un látigo. La peste que desprendía aquel
individuo era insoportable, pero ella muy educada se puso en pie,
intuía
que el ser pestilente era el dueño de la casa, pero al par tenía la
sensación de que ella vivía allí, rodeada de aquel
lujo. El gigante apestoso se acercó a ella y bajándose los
pantalones le espeto:
—¡Hora
de pagar—!
Y agarrándola del pelo sin compasión, la obligó a ponerse de
rodilla y le pegó su pene al rostro, gritándole: —¡Chupa
y traga zorra—!
Ella
echó la cara para atrás, el hedor que emanaba del sexo de aquel
hombre era repugnante, pero el gigante obeso no se inmutó, tiró con
más fuerza de su pelo, ella gritó de dolor y él aprovechó para
introducir su pene en la boca abierta, el olor fétido impregnó la
lengua de Alicia, el asco la invadió y presa de arcadas empezó a
toser mientras retrocedía, entonces el gigante levantó su látigo y
lo hizo crujir en su espalda con bestialidad, el tremendo latigazo la
hizo chillar presa de un dolor insoportable.
Imagen Cristóbal López
—¡Te
he dicho que chupes y tragues, y no vayas a morderme—!
le gritó el gordo mientras blandía otra vez su látigo, le laceraba
los hombros y volvía a introducir su apestoso pene en la boca de la
chica.
Andrés
abrió la puerta de su despacho y se dirigió al desconocido vestido
de negro con la mano tendida:
—Soy
el director de esta empresa ¿en qué puedo ayudarlo?
El
caballero enigmático soltó la mano de Alicia mientras le susurraba
al oído, —Salvada
por la campana—
y con sonrisa pícara, guiñándole un ojo se apartó de ella.
Alicia se desplomó en su silla, estaba temblando, el miedo y el
dolor la tenían paralizada, tragó saliva, podía sentir el sabor a
podrido en su boca, aterrada y avergonzada cruzó los brazos
cubriéndose el pecho, se sentía desnuda y se levantó.
Disculpándose ante su jefe, dijo que tenía que ir al servicio, el
desconocido se rio, su jefe que no comprendía nada se alzó de
hombros mientras estrechaba la mano del extranjero.
Una
vez en el baño, Alicia fue directa al espejo, percibía un dolor
muy hondo en la espalda. Miró su reflejo y se quedó atónita, no
estaba desnuda, su camisa no estaba desabrochada, no entendía qué
había pasado, perpleja se quitó la blusa y el sujetador. Se mordió
el labio y las lágrimas afloraron a sus ojos cuando vio el estado de
sus senos; su pecho estaba amoratado, había sido mordido con
bestialidad, mostraba multitud de heridas incisas y un pezón
sangraba. Se giró para ver su espalda y el espejo le mostró su
dorso lacerado, el recuerdo de los latigazos la hizo temblar, aunque
comprobó que a pesar de la bestialidad del azote, las lesiones no
eran profundas pero tardarían un tiempo en cicatrizar. Volvió a
vestirse y abrió el grifo del lavabo para beber agua, la pestilencia
del pene asqueroso del hombre que la había azotado, seguía en su
lengua.
Frente al espejo abrió la boca y se quedó petrificada,
—¿Dónde
estaba su ortodoncia—?
Sus dientes estaban torcidos, apilados unos encima de otros como
antaño y recordó a su primer jefe y las muchas veces que tuvo que acostarse con él para
que le pagara la sonrisa perfecta que ahora había desaparecido...
2 comentarios:
Cuento en la pecularidad del amor gótico. Un abrazo. carlos
Espectacular!
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